Siempre digo que el viaje empieza mucho antes de abrir las puertas de tu casa. El viaje ya está en marcha cuando uno prepara la mochila, organiza las alforjas, revisa la chaqueta y se asegura de que el traje de lluvia esté a mano. Hay algo casi ritual en ese momento previo, como si el espíritu se adelantara al cuerpo y ya estuviera rodando por las rutas del interior paraguayo.
En esta ocasión, la compañera de ruta fue mi Honda XRE 300, equipada con alforjas Rhinowalk de 16 litros montadas sobre el crash bar, ideal para un viaje ágil y con lo justo: herramientas, algo de ropa, cámara, yerba y termo. Todo lo esencial para disfrutar sin depender demasiado.
Como escapando de la rutina asuncena, salí del trabajo a las 16:00, como es habitual. Ya venía acariciando la idea de salir en moto hacia el interior, pero aún no tenía un destino claro. Al llegar a casa, abrí el teléfono y encontré una habitación disponible en el Hotel Villarrica Palace. Esa fue la señal. Empaqué sin pensarlo demasiado, y para las 18:00 ya estaba listo para partir.
Salir de Asunción al atardecer tiene un encanto especial. Las luces de la ciudad se van apagando a medida que se gana ruta, y el viento comienza a contar su propia historia. El viaje hacia Villarrica es fluido, con tramos de curvas suaves que se disfrutan más en moto. Al llegar, el hotel me recibió con esa mezcla perfecta de nostalgia y hospitalidad.
Salir de Asunción al atardecer tiene un encanto especial. Las luces de la ciudad se van apagando a medida que se gana ruta, y el viento comienza a contar su propia historia.

Ita Letra y la Serranía del Ybytyruzú
Al día siguiente, temprano, partí hacia Colonia Independencia, pero decidí tomar un camino muy especial. La primera parada fue Ita Letra, un sitio arqueológico declarado patrimonio de la humanidad. Se trata de petroglifos grabados en una enorme roca escondida entre las serranías del Ybytyruzú, a los pies del imponente Cerro Akatí. Tal vez un sitio sagrado, místico, que alguna vez fue centro espiritual para quienes habitaron estas tierras.
Desde allí, seguí subiendo en moto entre las piedras sueltas del camino, flanqueado por los clásicos bambuzales tan característicos de la región. Justo después de Ita Letra, me llamó la atención un ykua (naciente) con un nombre muy especial: Tupasy Ykua.
Era otoño y el clima estaba perfecto para andar en moto: viento fresco, sin tanto calor pero con un buen sol. Una época que puede ser un poco seca para los arroyos y nacientes, sí, pero igual perfecta para rodar.
En la cosmovisión paraguaya, la espiritualidad guaraní convive con el catolicismo. Ambas culturas coinciden en considerar las nacientes de agua como sitios sagrados. No es casualidad que esta se llame Tupasy Ykua —“la naciente de la Virgen”. Automáticamente detuve la moto y me acerqué a beber. No por una cuestión de religiosidad, sino más bien por respeto. Beber de una naciente es como participar en un pacto silencioso entre generaciones: el agua diamantina no es solo recurso, es energía, es herencia viva.
Muchos ykuas en Paraguay se consideran milagrosos o asociados a santos, como el San Blas Ykua en Caazapá, o el Ykua San Roque en Limpio. Beber agua de esos lugares es, para muchos, una especie de bendición natural.
Por la Comarca del Ybytyruzú
Seguí el camino entre el Cerro Akatí y el Cerro Mymýi, y de pronto me encontré frente a un grupo de unas 20 vacas que me miraban como si fuera un ovni recién aterrizado. Momentos simples que hacen inolvidables estos viajes. La ruta me llevó hasta San Gervasio, pasando por la pintoresca comunidad de Polilla, que también tiene su propio cerro. Me sentía en la Comarca: colinas verdes, cerros imponentes y gente sencilla, trabajadora, que te saluda desde sus patios con una sonrisa.
Después de dos horas de trilla por caminos de tierra y piedra, el pequeño tramo de asfalto en San Gervasio se sintió como una tregua. Decidí completar el circuito yendo hasta la localidad de Melgarejo, donde hice una parada dulce: compré una tarta de queso típica alemana y otra de rosella con banana. Muy ricas, muy artesanales, a 8.000 guaraníes la porción. Me preparé un tereré muy esperado con yerba mate La Rubia, que a mi parecer es la mejor yerba que produce hoy mi país.
Me encontré frente a un grupo de unas 20 vacas que me miraban como si fuera un ovni recién aterrizado.

La Cima del Cerro Akatí
Camino a lo Sagrado:
Desde Melgarejo comenzó la subida al Cerro Akatí. Una subida que inicia suave, bordeando el famoso arroyo Tacuara, donde se encuentran varias cascadas naturales: primero Pozo Hondo, luego el menos conocido Salto Mbujui, y más adelante el hermoso Salto Pa’i.
El ascenso hasta la cima del Akatí son aproximadamente 14 kilómetros. La entrada cuesta 40.000 guaraníes. El lugar cuenta con baños, cantina, hospedaje y entre tres a cuatro miradores con vistas espectaculares. Ideal para los que amamos viajar en moto: curvas emocionantes, paisaje vibrante, y el espíritu de aventura en cada kilómetro. Me crucé con otros motociclistas en la subida —todos compartiendo esa misma sonrisa de libertad.
En la cima, disfruté de las vistas, hice un poco de senderismo y me preparé otro tereré. Me recosté en el pasto, rodeado de viento y árboles, y terminé quedándome dormido media hora. Una siesta al aire libre, de esas que solo te regala la naturaleza.
La bajada del cerro fue más exigente. Hay que saber usar el freno motor para no recalentar los frenos, especialmente si se va cargado. Fue el tramo más técnico del viaje, pero también uno de los más gratificantes.
Ultima Parada: Der Biergarten
Antes de terminar el día, hice mi ultima parada en Der Biergarten, una pequeña posada con restaurante en Colonia Independencia, atendida por amables descendientes de inmigrantes alemanes. Su cocina es tradicional alemana, pero adaptada a ingredientes locales, lo que le da un sabor único, profundamente enraizada en esta tierra. Pedí un bife de búfalo con salsa roquefort, acompañado de spatzle.
Para beber, un jugo de yva hu el famoso yvapuru, esa fruta que crece directamente en el tronco y que me transporto a mi infancia. No solo por el sabor, sino por lo que representa: una conexión directa con nuestras raíces
Colonia Independencia, fundada por inmigrantes alemanes, suizos y austriacos, conserva una identidad unica. Las casas de estilo europeo, las panaderías artesanales y la calidez de su gente hacen que uno se sienta en otro mundo sin haber salido del pais.
Volver a casa fue como despertar de un sueño sereno, con el cuerpo cansado pero el alma renovada. Llegue a casa a las 21:00 de la noche, con el cuerpo rendido pero el alma recargada de lugares, de paisajes inolvidables, de las personas hermosas del camino y la hospitalidad sincera de Independencia, sin duda uno de los grandes «highlights» del turismo en Paraguay.
Colonia Independencia definitivamente es una joya en bruto, creciendo constantemente, con mucho potencial de aventura natural.










